29 nov 2009

PARA MULAS NO SE ESTUDIA, SE NACE


Mama, papa, ermana, ermano, lla no puedo más. Dejo heste mundo cimplemente porque estoy arto de ser un mula. Espero me conprendan. Por fabor, cuídenme al Bobi, que no se salga a la caye. Dobló la hoja de cuaderno y tiró el lapicero a la mierda. Estaba decidido. Agarró bien la cuchilla con la zurda y, jalando mocos y dejando que las lágrimas le cayeran en todo lo que son los cachetes, cerró los ojos y se empezó a fileriar la muñeca del brazo derecho. Sintió los cortes, a güevos. Sintió que le salía sangre, a güevos. Pero a parte de eso, no sintió que se le nublaba la vista, no sintió que se desmayaba, no sintió que se iba a caldo ni que se apagaban las luces ni nada parecido. Sin dejar de chiar, abrió los ojos y entonces vio su gracia: se estaba pasando la cuchilla en la parte de arriba de la muñeca, casi en el puro hueso, y no abajo, por donde pasa el tendón y las venas. Estaba sangrando y le ardía, pero nada más. Sangre del pellejo y del músculo. Del susto, de verse todo el brazo rojo y porque eran las doce y no tenía ni mierda en el estómago, le dio un vahído y cayó de espalda metiéndose un gran vergazo en el inodoro. Y ahí lo encontró el Bobi, su chucho cóquer, inconsciente, pero no muerto. Lo empezó a lamer (sí, como en las licas) y paró en el hospital y toda la onda. Una semana después, la anécdota se había vuelto chiste y él mismo la contaba y la contaba y la contaba en el desayuno, en el almuerzo y en la cena, cagándose de la risa como si sus tatas nunca ‘bieran estado a punto de que les diera un derrame por su culpa. Ah, no, el nene risa y risa, con la jeta toda embadurnada de frijoles volteados, chipustes de queso duro y migas de pan francés. Y los pobres tatas, riéndose por puro compromiso, sólo para que el pisado no se sintiera rechazado y volviera a hacer otra de sus muladas.

(La última había sido: indigestión por consumo desmedido de pastillas —Bebetinas, para no andarnos con pajas—, que fue lo primero que encontró en el botiquín y que, para que no se le quedaran pegadas en el cielo de la trompa, se zampó con un botecito de leche condensada que le güevió a la hermana, amenizando el momento con músicón así bien depre: Vuelve, de Alux, que tuvo a bien grabar seguida en todo un lado de un caset de 90, para no tener que estar regresándola. El lavado de estómago que le hicieron al mula en el hospital todavía le sigue provocando náuseas).

El caso de Juan Ramón Andrés Ricardo (así se llama aquél) no es paja, Rex no se lo está inventando. Hace un par de días me enteré de su última gracia, la de la notita que escribió cuando supuestamente se iba a cortar las venas. Al pisado lo conocí en un grupo de mara católica al que fui cuando tenía como 15 años y en donde casi me gano una mi beca para estudiar en el Cielo y graduarme de Querubín en Rezos y Villancicos. Y ahí fue donde nos enteramos de su clavo. Cuando le tocó pararse enfrente y compartir su testimonio (si no pasabas te mandaban a la mierda), tartamudeó un cacho pero de ahí empezó: eh… jóvenes… bueno, pues yo… este… (se presentó como el resto)… desde que tenía como nueve años… yo… (contó alguna mamada de la infancia)… pero bueno, para resumir… ¿cómo les pudiera decir?... mi clavo es que soy… o sea… el clavo que tengo pues es que… soy… ¿qué les diré?... la cosa es que sufro porque soy… este… (empezó a hablar como si ya chiara)… porque pues… no sé… yo creo y siempre he creído que soy… o sea… a mí me han dicho… (aquí pone cara de no saber cuánto es 342 × 17.5 ÷ 9)… yo… este… ¿qué era lo que les iba a decir?... este… ¡ah, sí!... que mi clavo es que soy mero mula… y lo dijo así, como lo oyen. Y puta, los que pensábamos que iba a decir: hueco, bolo, drogo, caco, marero, matón, tahúr, vago, etc., tuvimos que aguantar la risa y ver para otro lado. La mara se le quedó viendo como diciendo: ¿Y vos quéeeeeee putas mano? Juan Ramón Andrés Ricardo no aguantó la presión y soltó un aullido y empezó a chiar como si le ‘bieran amputado una pierna sin una gota de anestesia. Sí, se puso a chiar enfrente de todos. Y el coordinador, Don Pelos, aguantándose la risa, tuvo que acercársele y abrazarlo, para que se calmara. De ahí en adelante, todos sus testimonios tenían un hilo conductor: soy un mula, es que por mula, mero mula, yo tan mula vos, no se me quita lo mula, para mula no se estudia, yo de mula, mula que es uno…

La verdad es que si Juan Ramón Andrés Ricardo fuera un ermitaño a lo mejor no se sentiría tan presionado por su clavo, pero la onda es que la vez que tiró el cigarro y se quedó con el cuete, haciéndose mierda tres dedos de la mano derecha, no estaba solo: estaban sus veintipico de primos. Tampoco estaba solo cuando por llevársela de graciocito corrió detrás de una burra para irse colgando de la escalera, olvidando limpiarse las manos después de haber hartado pollo frito; la grasa, ni modo: los raspones en la ficha tardaron un vergo en volverse costra y tuvieron que ponerle un par de dientes nuevos. Nunca estaba solo; siempre había más de algún testigo. Como la vez que en la fila de un conciertón pérez estuvo a punto de ganarse la discografía completa de Pablito Ruiz, pero se la arrebató el locutor móvil porque en lugar de decir: “… y un saludo para toda la mara —estaba al aire— que está escuchando la Marca”, dijo: “…la Atmósfera”. Ya se imaginan lo que media Mulamala dijo, gritó o se le pasó por la ñola. Tampoco estaba solo la vez que se le olvidaron las llaves de su casa y se le ocurrió saltarse la paré a las tres de la madrugada, parándose en unas láminas que sólo tenían un par de vigas apolilladas debajo y viniéndose con todo y ramas de un cipresal donde intentó agarrarse, sobre el gallinero de doña Teco, la vecina. Como iba algo a beibi y del putazo no podía decir quién era y por poco me lo linchan. Tampoco estaba solo la vez que dijo: “yo no beso a las putas, muchá, qué asco; yo sólo me las trinco”. Ni cuando sacó su celular de 600 pesos (en aquel tiempo) en una 40R para contestar una llamada de un número desconocido (que a güevos se había equivocado) y bajara sólo con un puño de fichas que llevaba en la bolsita pequeña del pantalón y sin celular, mochila, billetera y lentes. De todos modos, el tono de llamada (Mujer Amante, de Rata Blanca) a volumen desconsiderado lo hubiera delatado en cualquiera otra burra, o donde putas fuera que hubiera cacos. No estaba solo cuando se quedó cuajado en el baño de un chupadero con la puerta abierta, con el pantalón a media asta. Ni cuando para no ensuciarle el piso a la nana, hizo guacalito con las manos para echar el buitre y lo salió a tirar al corredor: se le olvidó pensar que cuando uno vomita no echa sólo una bocarada. Ni cuando se tropezó con una cubeta y se fue de bruces encima de una alfombra para Semana Santa, media hora antes de que pasara la Prose. Ni cuando salió despetacado un sábado a las 5 de la mañana a esperar la burra para ir a la U y se montó en una en donde sólo iba mara a vender verdura al mercado: no cambió la hora en su reloj con el cambio que hacen dos veces al año (eran las 4) y además creyó que era lunes.

En fin, la lista es extensa muchá. Baste decir que con Juan Ramón Andrés Ricardo quedó instaurada definitivamente (esto tiene mucho mérito, no me vayan a decir que no) la expresión: ¡Muuuulaaaa!, que acostumbramos a emplear cariñosamente cuando alguien se cae en público (JRAR: 37 veces), bota la chela en la mesa y empapa a la traida llena-de-mierdas de algún cuate (JRAR: 13 veces) o se mete talegazos en la burra cuando se levanta o sale por la puerta de atrás (JRAR: 22 veces). Juan Ramón Andrés Ricardo es el prototipo del “buen mulamalteco”, de lo que realmente somos. Porque, aunque no lo queramos aceptar, así somos: mulas. Y hay mulas en la calle y en el Congreso. Hay mulas por todas partes. Juan Ramón Andrés Ricardo cree que tiene un problema grueso y aunque le cueste aceptarlo, no le queda otra y le hace güevos. Rex cree que Juan Ramón Andrés Ricardo somos todos y por eso nacimos donde nacimos. La diferencia entre él y el resto es que, al menos, él ya ha aceptado su condición y el resto NO. El resto cree que es la mera mierda, con sus títulos, con sus familias bonitas, con sus carros, con sus trabajos, con sus vacaciones, con sus amigos cul, con sus partis, con su nivel intelectual, con su personalidad, con su: “a mí no me comparen”. Ese resto es una especie de plaga. Y están diseminados. Y son los que figuran. Y son los que mandan, los que controlan, los que dicen qué se hace y qué no. Por eso Mulamala es lo que es. Es el destino, muchá. Hagámosle güevos.


Pd. El de la foto no es JRAR. Es otro cuate al que le valen verga los significados y los simbolismos, y que lo único que le interesa es la moda. Verse bien, básicamente. Porque ÉL sabe.