Sí, muchá. Coincidentemente llegamos a 100 entradas en el Muladar, así como que si nada, en menos de lo que canta un gallo. Agradezco de corazón a todas y todos los pisados que desde Mayo del 2006 hasta la fecha han estado al pendiente de todas estas muladas: leyéndolas, disfrutándolas, comentándolas, etc. Hoy, cuando todo debería ser algarabía y festejo en el Muladar, quiero compartir con ustedes un poema-narración en honor a uno de mis más queridos y recordados broders, recientemente fallecido: el Rudy, el Rudy Valle, el Rudy Coche, como le decían algunos de cariño. (Aquél se inventaba un vergo de nombres de personajes que han aparecido aquí a lo largo de las 100 entradas: Richi, Yensi, Tolo, Yerri, Güelinton, etc.; aparte de eso, me acuerdo que una vez, chingando, me dijo: ¿y por qué no te escribís una tu epopeya, pues?) Esto no es un epopeya, pero hagamos de cuenta que es un resumen de una epopeya (que no es la esposa de Popeye, no sian brutos). Un pequeño, entonces, homenaje no al Muladar, sino a él y a los que lo conocimos, por los grandes momentos vividos, por la amistá y el cariño. Dispénseme que la entrada 100 no sea la que muchos a lo mejor esperaban, pero no hace falta que le pongan coco si no quieren; es más, no hace falta ni que la lean. "Cuando pase el temblor", como diría la rola de Soda, Rex volverá al ataque, así que aguántenmela un cachito. Si quieren. Si no, ya saben dónde está el inodoro para irse a nadar un poco en estilo catarata y remolino.
LA BALADA DE LOS PERROS CALLEJEROS EN LAS ENTRAÑAS DE UN LUGAR LLAMADO JOCOTESBURGO (Y ALEDAÑOS)
una tarde de 1984
mi mamá, doña Mariíta, abrió el portón de la casa
una señora bajita entró
con un patojito agarrado de la mano
yo estaba en el llano
con mi pelota de plástico y mi cachucha roja
—se llama como vos, me dijo mi mamá
—también va ir a la escuela, fijate
es nuestro ahijado
y entonces jugué con él en el llano
ese patojito cejudo y morenito
jugamos pelota en el llano, tiritos
mientras mi mamá y su mamá
se tomaban un vaso de fresco en el corredor y platicaban
se llamaba como yo, mi tocayo
y no sabíamos jugar fut, pero jugamos
de ahí nos vimos en la escuela
en la Rafael Rosales, muy cerca de la iglesia
pero sólo hasta segundo primaria
porque de ahí me inscribieron en la Antigua
en la Mariano Navarrete, donde no había niñas
sólo varoncitos, y estaba un poco más allá del Pensativo
y donde me volví a encontrar con Alejandro
otro patojito que vivía en Los Llanos
y que había conocido en parvulitos
y resultó que nos hicimos cuates, los tres
con otros patojitos también, de Los Llanos
y de Jocotenango, callejeros todos
con nuestras cicles, en la Plazuela
en el sitio de mi casa, en las vecindades
chingando la pita en la feria del 15 de Agosto
jugando guerritas con naranjas, en el sitio
o jugando Galaga en las maquinitas...
en ese tiempo había una mara, Los Pulpos
y les teníamos miedo, y teníamos miedo
de que nos hicieran algo, Tuco, Lipe, Rigo
de que nos tiraran a la pila
de primero a tercero básico
estuvimos los tres en el INVAL
que de ahí se llamó INEBE
a un par de calles de la iglesia del Calvario
Rudy y yo en la Sección B y Alejandro en la A
a veces nos íbamos en burra
a veces nos íbamos en cicle, por los callejones
temprano, tipo 6 y media de la mañana
como Rudy y yo estábamos en la misma sección
chingamos la pita juntos, con otros patojos
el Morán, por ejemplo, con el que una vez nos expulsaron
teníamos doce o trece años
y yo casi nunca llevaba refa
y a Rudy le ponían siempre como tres panes
con huevo, con salchicha, con frijoles, con aguacate
y nos íbamos detrás del edificio de Artes Industriales
y aquél me decía —aquí nadie nos chinga
ni nos pide— y veíamos los árboles detrás de la malla
y platicábamos, nuestras ondas, nuestras muladas
y el trato era que yo comprara los Chatos
y él me daba de sus panes, y así, durante tres años
por las tardes íbamos a la Mecanografía Lee
los tres, con Alejandro, y nos gustaba una que se llamaba Silvana
y al salir, nos quedábamos jugando cincos
en el callejoncito en donde estaba la casa de Rudy, detrás de la Muni
y empezamos a jugar básquet, y empezamos a oír música
Michael Jackson, Milli Vanilli, Ace of Base
y a echarnos nuestros primeros cigarritos, a escondidas
y Rudy ponía su aparato de sonido
y llegó el rock y oíamos Caifanes, Héroes de Silencio
Radio Viejo, Bohemia, Ricardo Andrade y también
Metallica, Guns n’ Roses, Iron Maiden, a todo volumen
y hacíamos coreografías, como que fuéramos roqueros
con las escobas de la mamá de Rudy: doña Fulvia
Orion, Afraid To Shoot Strangers, Master of Puppets, So Fine
y los domingos nos íbamos al Jazz Gruta
a echarnos las chelas con el Otto, sí, los domingos
o si no, nos íbamos a zampar al billar de Kramer
con más mara: Piocha, Quincho, Mico, el Negro, el Gordo
los Minches, Shara, Yorch, Chirís, Arias, el Pigüe, Braun
Tavo, Cutío, Huevo, Chispas y algún que otro arrejuntado
a Rudy le llegaban los animales, imitaba cómo hacían
yata nii, les decía a los gatos y a los chuchos, los agarraba del pellejo
y los zangoloteaba, le daban nervios, pero era cariño
y le enculaban las licas de Van Damme
las de Steven Seagal, las de Ninja Americano
y nosotros lo molestábamos y nos burlábamos
porque se la llevaba de karateca
y andaba tirando patadas todo el día
una noche, para su cumpleaños, lo fuimos a buscar
abrió la puerta y nos tiró una patada, chingando
y se cayó de culo y se rompió su pantalón nuevo
mientras un patojo que vivía a la vuelta
vecino suyo, le quemaba una su ametralladora
de ahí nos estuvimos juntando en Los Llanos
a la vuelta de la casa de Alejandro
junto con otro puño de patojos pisados
Los COPS, nos auto-definimos, y sin hacer nada del otro mundo
los caqueritos de la Antigua nos hicimos/hicieron gruesos...
llegábamos con Rudy casi siempre juntos
aquél con su eterna chumpa de cuero
sus pantalones de lona apretados y sus botas John Deere
y de ahí nos regresamos juntos, haciéndonos compañía
aquél cruzaba por la calle que da a donde Don Clemente
y a veces me acompañaba hasta la Plazuela
en diversificado cada quien jaló por su lado
yo seguí en el INVAL, Alejandro se fue a la capirucha
y Rudy a Chimal, pero seguimos juntándonos
como siempre, cuates, amigos, hermanos
y aparecieron las primeras borracheras
las eternas chingaderas y las platicaderas
todo lo que nos hacía sentirnos bien, juntos
y los sábados nos íbamos a jugar básquet
y por las noches nos juntábamos en la Plazuela
y de ahí trasnochábamos sentados en la banqueta
de la calle de mi casa, saludábamos a mi viejo
cuando llegaba del chance, en su moto
y hablábamos de ir a la U, de ver qué putas hacíamos
con nuestra vida, con nuestros sueños
a veces yo no tenía ni para una mi agua
y Rudy no sólo me invitaba al agua sino que a lo que quisiera
—pedí, cerote —me decía en la tienda
era así, un desprendido, un compadre servicial, considerado
aquél se hizo traido de una chava, Rocío
y yo de la prima de ella, Nancy, de la Antigua
una vez, para el casorio de un familiar de ellas
yo no tenía ropa decente y Rudy me regaló una camisa
una camisa negra, que había comprado en una paca
y me dijo que me quedaba chilera y que me la regalaba
y fui con la camisa a la fiesta, echando chile
y mi chava me dijo que qué guapo iba
a Rudy le gustaba hacer pesas
a veces salía a correr, le gustaba subir al cerro
andar chingando en su montañesa, amarilla y verde
desde chavo decía que quería comprarse un su carrito
poner un taller mecánico, trabajar
hacerle huevos a sus viejos, tener sus chivas propias
y lo hizo, entramos juntos a la U
nos íbamos juntos en la burra de las 5 y media
pero por el chance, ya no siguió, se le hacía difícil
quería ser Ingeniero Mecánico, pero se quedó chambeando
de instructor de mecánica en donde se había graduado
era un cabronazo, con los motores, el Rudy
y se compró su carrito
y lo tenía ahí para lo que hiciera falta
para llevarnos a ver a un par de chavitas a Ciudad Vieja
en fin, para carrocearnos
y le gustaban las ondas militares
los aviones, las pistolas
nunca se ahuevaba, para los vergazos
y me defendía, y nos defendía
siempre haciéndole huevos a la mara
teníamos 19 años ya
y éramos inseparables
tanto, que como no teníamos celulares
aquél compró un par de walkies talkies
y casaquiamos desde nuestras chantes
las veces que nos daba güeva
salir a la calle
Rudy grabó un lado de un cassette de 90
con una sola rola: Espuma de Venus
de los Héroes, y la ponía en el carro
y se ponía sus lentes y recostaba el codo
en la ventana del carro y aceleraba
y me decía que le gustaría ir así
manejando como en las licas
en alguna autopista, con bruma gris
y árboles frondosos a los lados
yo sacaba mis Rubios rojos y le daba uno
para completar la escena, su escena
—¿no tenés mentolados? —me decía
buscando mejores horizontes
y siempre con ese deseo de superarse
Rudy agarró camino para el Norte
a probar suerte, de mojado, dos veces
vivió donde Charito, su hermana
y trabajó con su cuñado, pintando casas
pero según me contó, se lo llevó la chingada
no sólo para llegar sino para estar allá
sin papeles, sin amigos, semi-escondido
para que no lo deportaran
Rudy era experto en churrascos
se desmandaba por comprar la carne
y todas la ondas… y servirnos
los viernes o los sabaditos salía cevichito
le gustaba chupar fino: cubitas bien preparadas
güsquito o algo así, chela no tanto
le gustaba contarle a la mara la respuesta
que le dio mi mamá una vez que fue a buscarme
y yo estaba bien pisado de la goma
—está durmiendo, fíjese Rudy —le dijo ella
—es que anoche vino algo indispuesto.
lo contaba y se cagaba de la risa
—¡ja, indispuesto! —decía
más adelante, nos alegramos por él
cuando Ángel Gabriel vino al mundo, su nene
entonces nos dimos cuenta de que ya estábamos viejos
y de que había que agarrar formalidad
y todas esas ondas a las que nos tienen acostumbrados
en nuestras familias guatemaltecas
aquél con sus chance de mecánico
Alejandro con sus chances de Ingeniero Civil
y yo, el menos trabajador, con mis libros
mi rebeldía, mi bohemia y mis palabras
ya no nos veíamos como antes
de vez en cuando lo encontrábamos echándose
una su tortilla con carne donde Pancho
pero seguíamos siendo amigos y hermanos
hace cuatro años, cuando regresé a Guate
para ver si al fin me graduaba de la U
me encontré a Rudy una noche, enfrente de la casa de Piochita
teníamos rato de no vernos, ratales
aquél ya no vivía en Jocotenango
se había ido con su chava a Izabal y no venía muy seguido
me bocinó, parqueó su picop negro
se bajó y nos abrazamos, fuerte, con ganas
yo andaba triste, sabía que mi destino estaba en España
y verlo me alegró muchísimo: el resto de la mara andaba ocupada
y nos pusimos al día, hartando tacos mexicanos
recordando buenos tiempos, pelando a la mara
y luego fuimos donde Blas, a echarnos un par de frías
dos años después regresamos a Guate con mi chava
y una tarde de principios de enero volvimos a juntarnos
Alejandro, él, un primo suyo y este servidor
nos echamos unos litros en un barcito de la Antigua
y pasamos la tarde así: casaqueando, recordando
acabamos en mi casa, cheleando, tranquilamente
y, como dicen por estos lares, contándonos la vida
Alejandro jaló y amanecimos con aquél
como cuando éramos chavos, como si la noche fuera eterna
cuando nos despedimos, nos deseamos lo mejor
como siempre, un buen abrazo, un “cuidate mucho, cerote”
quién nos iba a decir que ese sería nuestro último abrazo
quién nos iba a decir que hace unos días
sonara mi teléfono a las 5 de la mañana
para enterarme, de boca de Alejandro, hecho mierda
que te habían matado, viejo, ¡quién iba a decirlo!
quién nos iba a decir que eso te iba a pasar a vos
morir así, de esa forma, cuando vos no matabas ni a una mosca
cuando vos a veces te pasabas de bueno, de ingenuo
pero, ¿qué se le puede pedir a un país
en donde la vida de la gente no vale nada, papaíto,
donde te quiebran el culo por cien varas,
donde morir así o peor es el pan de cada día?
una nación, un territorio hostil
que parece que no pertenece a la Humanidad
y que existe solo para decirle al mundo:
aquí la vida no vale ni pura verga, ¿estamos?
así es el pedo, ¿no? ni modo, dicen poray
hágale-güevos-tata, hágale-güevos-que-ya’stá-viejo
el sábado, pensando en vos, agarré aquea camisa que me regalaste
y me la puse, fijate, me la puse y me acordé del momento
exacto, cuando te metiste a tu casa y saliste con ella y me la diste
y desde aquí, desde una ciudad que ni a leguas es Jocotenango
brindé a tu salud, hermano, y oí todo el musicón que oíamos
y me envergué sólo, loqueando, desesperado, sin poder hacer otra cosa más
que darte, aquí, aquí mismo, en este espacio tan vulgar
unas últimas palabras y, entre lágrimas, agradecerle a la vida
por haberte conocido y por el simple hecho de que hoy
mucho de lo que soy, se lo debo a lo que vivimos juntos, viejo
para no cansarte, ¡descansá en paz, rey… y ahí nos chocamos!
LA BALADA DE LOS PERROS CALLEJEROS EN LAS ENTRAÑAS DE UN LUGAR LLAMADO JOCOTESBURGO (Y ALEDAÑOS)
una tarde de 1984
mi mamá, doña Mariíta, abrió el portón de la casa
una señora bajita entró
con un patojito agarrado de la mano
yo estaba en el llano
con mi pelota de plástico y mi cachucha roja
—se llama como vos, me dijo mi mamá
—también va ir a la escuela, fijate
es nuestro ahijado
y entonces jugué con él en el llano
ese patojito cejudo y morenito
jugamos pelota en el llano, tiritos
mientras mi mamá y su mamá
se tomaban un vaso de fresco en el corredor y platicaban
se llamaba como yo, mi tocayo
y no sabíamos jugar fut, pero jugamos
de ahí nos vimos en la escuela
en la Rafael Rosales, muy cerca de la iglesia
pero sólo hasta segundo primaria
porque de ahí me inscribieron en la Antigua
en la Mariano Navarrete, donde no había niñas
sólo varoncitos, y estaba un poco más allá del Pensativo
y donde me volví a encontrar con Alejandro
otro patojito que vivía en Los Llanos
y que había conocido en parvulitos
y resultó que nos hicimos cuates, los tres
con otros patojitos también, de Los Llanos
y de Jocotenango, callejeros todos
con nuestras cicles, en la Plazuela
en el sitio de mi casa, en las vecindades
chingando la pita en la feria del 15 de Agosto
jugando guerritas con naranjas, en el sitio
o jugando Galaga en las maquinitas...
en ese tiempo había una mara, Los Pulpos
y les teníamos miedo, y teníamos miedo
de que nos hicieran algo, Tuco, Lipe, Rigo
de que nos tiraran a la pila
de primero a tercero básico
estuvimos los tres en el INVAL
que de ahí se llamó INEBE
a un par de calles de la iglesia del Calvario
Rudy y yo en la Sección B y Alejandro en la A
a veces nos íbamos en burra
a veces nos íbamos en cicle, por los callejones
temprano, tipo 6 y media de la mañana
como Rudy y yo estábamos en la misma sección
chingamos la pita juntos, con otros patojos
el Morán, por ejemplo, con el que una vez nos expulsaron
teníamos doce o trece años
y yo casi nunca llevaba refa
y a Rudy le ponían siempre como tres panes
con huevo, con salchicha, con frijoles, con aguacate
y nos íbamos detrás del edificio de Artes Industriales
y aquél me decía —aquí nadie nos chinga
ni nos pide— y veíamos los árboles detrás de la malla
y platicábamos, nuestras ondas, nuestras muladas
y el trato era que yo comprara los Chatos
y él me daba de sus panes, y así, durante tres años
por las tardes íbamos a la Mecanografía Lee
los tres, con Alejandro, y nos gustaba una que se llamaba Silvana
y al salir, nos quedábamos jugando cincos
en el callejoncito en donde estaba la casa de Rudy, detrás de la Muni
y empezamos a jugar básquet, y empezamos a oír música
Michael Jackson, Milli Vanilli, Ace of Base
y a echarnos nuestros primeros cigarritos, a escondidas
y Rudy ponía su aparato de sonido
y llegó el rock y oíamos Caifanes, Héroes de Silencio
Radio Viejo, Bohemia, Ricardo Andrade y también
Metallica, Guns n’ Roses, Iron Maiden, a todo volumen
y hacíamos coreografías, como que fuéramos roqueros
con las escobas de la mamá de Rudy: doña Fulvia
Orion, Afraid To Shoot Strangers, Master of Puppets, So Fine
y los domingos nos íbamos al Jazz Gruta
a echarnos las chelas con el Otto, sí, los domingos
o si no, nos íbamos a zampar al billar de Kramer
con más mara: Piocha, Quincho, Mico, el Negro, el Gordo
los Minches, Shara, Yorch, Chirís, Arias, el Pigüe, Braun
Tavo, Cutío, Huevo, Chispas y algún que otro arrejuntado
a Rudy le llegaban los animales, imitaba cómo hacían
yata nii, les decía a los gatos y a los chuchos, los agarraba del pellejo
y los zangoloteaba, le daban nervios, pero era cariño
y le enculaban las licas de Van Damme
las de Steven Seagal, las de Ninja Americano
y nosotros lo molestábamos y nos burlábamos
porque se la llevaba de karateca
y andaba tirando patadas todo el día
una noche, para su cumpleaños, lo fuimos a buscar
abrió la puerta y nos tiró una patada, chingando
y se cayó de culo y se rompió su pantalón nuevo
mientras un patojo que vivía a la vuelta
vecino suyo, le quemaba una su ametralladora
de ahí nos estuvimos juntando en Los Llanos
a la vuelta de la casa de Alejandro
junto con otro puño de patojos pisados
Los COPS, nos auto-definimos, y sin hacer nada del otro mundo
los caqueritos de la Antigua nos hicimos/hicieron gruesos...
llegábamos con Rudy casi siempre juntos
aquél con su eterna chumpa de cuero
sus pantalones de lona apretados y sus botas John Deere
y de ahí nos regresamos juntos, haciéndonos compañía
aquél cruzaba por la calle que da a donde Don Clemente
y a veces me acompañaba hasta la Plazuela
en diversificado cada quien jaló por su lado
yo seguí en el INVAL, Alejandro se fue a la capirucha
y Rudy a Chimal, pero seguimos juntándonos
como siempre, cuates, amigos, hermanos
y aparecieron las primeras borracheras
las eternas chingaderas y las platicaderas
todo lo que nos hacía sentirnos bien, juntos
y los sábados nos íbamos a jugar básquet
y por las noches nos juntábamos en la Plazuela
y de ahí trasnochábamos sentados en la banqueta
de la calle de mi casa, saludábamos a mi viejo
cuando llegaba del chance, en su moto
y hablábamos de ir a la U, de ver qué putas hacíamos
con nuestra vida, con nuestros sueños
a veces yo no tenía ni para una mi agua
y Rudy no sólo me invitaba al agua sino que a lo que quisiera
—pedí, cerote —me decía en la tienda
era así, un desprendido, un compadre servicial, considerado
aquél se hizo traido de una chava, Rocío
y yo de la prima de ella, Nancy, de la Antigua
una vez, para el casorio de un familiar de ellas
yo no tenía ropa decente y Rudy me regaló una camisa
una camisa negra, que había comprado en una paca
y me dijo que me quedaba chilera y que me la regalaba
y fui con la camisa a la fiesta, echando chile
y mi chava me dijo que qué guapo iba
a Rudy le gustaba hacer pesas
a veces salía a correr, le gustaba subir al cerro
andar chingando en su montañesa, amarilla y verde
desde chavo decía que quería comprarse un su carrito
poner un taller mecánico, trabajar
hacerle huevos a sus viejos, tener sus chivas propias
y lo hizo, entramos juntos a la U
nos íbamos juntos en la burra de las 5 y media
pero por el chance, ya no siguió, se le hacía difícil
quería ser Ingeniero Mecánico, pero se quedó chambeando
de instructor de mecánica en donde se había graduado
era un cabronazo, con los motores, el Rudy
y se compró su carrito
y lo tenía ahí para lo que hiciera falta
para llevarnos a ver a un par de chavitas a Ciudad Vieja
en fin, para carrocearnos
y le gustaban las ondas militares
los aviones, las pistolas
nunca se ahuevaba, para los vergazos
y me defendía, y nos defendía
siempre haciéndole huevos a la mara
teníamos 19 años ya
y éramos inseparables
tanto, que como no teníamos celulares
aquél compró un par de walkies talkies
y casaquiamos desde nuestras chantes
las veces que nos daba güeva
salir a la calle
Rudy grabó un lado de un cassette de 90
con una sola rola: Espuma de Venus
de los Héroes, y la ponía en el carro
y se ponía sus lentes y recostaba el codo
en la ventana del carro y aceleraba
y me decía que le gustaría ir así
manejando como en las licas
en alguna autopista, con bruma gris
y árboles frondosos a los lados
yo sacaba mis Rubios rojos y le daba uno
para completar la escena, su escena
—¿no tenés mentolados? —me decía
buscando mejores horizontes
y siempre con ese deseo de superarse
Rudy agarró camino para el Norte
a probar suerte, de mojado, dos veces
vivió donde Charito, su hermana
y trabajó con su cuñado, pintando casas
pero según me contó, se lo llevó la chingada
no sólo para llegar sino para estar allá
sin papeles, sin amigos, semi-escondido
para que no lo deportaran
Rudy era experto en churrascos
se desmandaba por comprar la carne
y todas la ondas… y servirnos
los viernes o los sabaditos salía cevichito
le gustaba chupar fino: cubitas bien preparadas
güsquito o algo así, chela no tanto
le gustaba contarle a la mara la respuesta
que le dio mi mamá una vez que fue a buscarme
y yo estaba bien pisado de la goma
—está durmiendo, fíjese Rudy —le dijo ella
—es que anoche vino algo indispuesto.
lo contaba y se cagaba de la risa
—¡ja, indispuesto! —decía
más adelante, nos alegramos por él
cuando Ángel Gabriel vino al mundo, su nene
entonces nos dimos cuenta de que ya estábamos viejos
y de que había que agarrar formalidad
y todas esas ondas a las que nos tienen acostumbrados
en nuestras familias guatemaltecas
aquél con sus chance de mecánico
Alejandro con sus chances de Ingeniero Civil
y yo, el menos trabajador, con mis libros
mi rebeldía, mi bohemia y mis palabras
ya no nos veíamos como antes
de vez en cuando lo encontrábamos echándose
una su tortilla con carne donde Pancho
pero seguíamos siendo amigos y hermanos
hace cuatro años, cuando regresé a Guate
para ver si al fin me graduaba de la U
me encontré a Rudy una noche, enfrente de la casa de Piochita
teníamos rato de no vernos, ratales
aquél ya no vivía en Jocotenango
se había ido con su chava a Izabal y no venía muy seguido
me bocinó, parqueó su picop negro
se bajó y nos abrazamos, fuerte, con ganas
yo andaba triste, sabía que mi destino estaba en España
y verlo me alegró muchísimo: el resto de la mara andaba ocupada
y nos pusimos al día, hartando tacos mexicanos
recordando buenos tiempos, pelando a la mara
y luego fuimos donde Blas, a echarnos un par de frías
dos años después regresamos a Guate con mi chava
y una tarde de principios de enero volvimos a juntarnos
Alejandro, él, un primo suyo y este servidor
nos echamos unos litros en un barcito de la Antigua
y pasamos la tarde así: casaqueando, recordando
acabamos en mi casa, cheleando, tranquilamente
y, como dicen por estos lares, contándonos la vida
Alejandro jaló y amanecimos con aquél
como cuando éramos chavos, como si la noche fuera eterna
cuando nos despedimos, nos deseamos lo mejor
como siempre, un buen abrazo, un “cuidate mucho, cerote”
quién nos iba a decir que ese sería nuestro último abrazo
quién nos iba a decir que hace unos días
sonara mi teléfono a las 5 de la mañana
para enterarme, de boca de Alejandro, hecho mierda
que te habían matado, viejo, ¡quién iba a decirlo!
quién nos iba a decir que eso te iba a pasar a vos
morir así, de esa forma, cuando vos no matabas ni a una mosca
cuando vos a veces te pasabas de bueno, de ingenuo
pero, ¿qué se le puede pedir a un país
en donde la vida de la gente no vale nada, papaíto,
donde te quiebran el culo por cien varas,
donde morir así o peor es el pan de cada día?
una nación, un territorio hostil
que parece que no pertenece a la Humanidad
y que existe solo para decirle al mundo:
aquí la vida no vale ni pura verga, ¿estamos?
así es el pedo, ¿no? ni modo, dicen poray
hágale-güevos-tata, hágale-güevos-que-ya’stá-viejo
el sábado, pensando en vos, agarré aquea camisa que me regalaste
y me la puse, fijate, me la puse y me acordé del momento
exacto, cuando te metiste a tu casa y saliste con ella y me la diste
y desde aquí, desde una ciudad que ni a leguas es Jocotenango
brindé a tu salud, hermano, y oí todo el musicón que oíamos
y me envergué sólo, loqueando, desesperado, sin poder hacer otra cosa más
que darte, aquí, aquí mismo, en este espacio tan vulgar
unas últimas palabras y, entre lágrimas, agradecerle a la vida
por haberte conocido y por el simple hecho de que hoy
mucho de lo que soy, se lo debo a lo que vivimos juntos, viejo
para no cansarte, ¡descansá en paz, rey… y ahí nos chocamos!
Foto © Archivo personal: Alejandro Gálvez, Rudy Valle y Rafael Romero.