Mañana (o pasado mañana), no estoy muy seguro, se celebra (o sea, lo celebro yo en contubernio con la desconsiderada de mi autoestima, así le digo de cariño) uno de los acontecimientos más bochornosos en la vida de este servidor suyo. Bueno, en la niñez, para ser más exactos porque ahora ya estoy viejo y me pela tres cuartos de longaniza. Bien. Los y las invito a que viajen conmigo al año 1987, concretamente a la cancha de básquet de la entonces gloriosa Escuela Normal Para Varones “Mariano Navarrete”, de la ciudad de Santiago de los Caballeros, en donde tuve a bien cursar los cuatro últimos años de lo que es y viene siendo el Nivel Primario de mi excelsa educación y formación como estudiante y como miembro ejemplar y codiciado de la sociedad mulamalteca. Disculpen que lo diga así, improvisando y con un mínimo afán de vanagloria, pero es que no estoy acostumbrado a hablar de mí mismo. Bien. Por motivos que se me escapan de la memoria (roces provocados por la intesidá con la que nos echábamos la respectiva chamusca en el recreo, coincidencia a la hora de cantinearnos a la misma muchachita de la Castro y Escobar, sustracción de algún útil escolar o pan con salchicha, Chato o Galleta Chiqui, diferencias en nuestra manera de ver el mundo y el devenir de los tiempos, etc.) no logro precisar, amigos y amigas, la razón principal por la que fui víctima de una agresión física sin precedentes en mi época de chirís y que, gracias a la gentil sutileza de personajes oscuros e irreverentes del hampa jocotesburguesa (véase → Chano, por mencionar a un testigo presencial), permanecen vivos en todas y cada una de las conversaciones etílicas que hasta hace algunos provocaban risas escandalosas y carcajadas de propios y desconocidos, en detrimento, claro está, de este insigne prócer y mandatario del Reyno de Mulamala.
Bien. Resulta que cuando Rex, haciendo alarde de una superioridá ináudita (como ahorita mismo, que le da por referirse a él mismo en “tercera persona”) creyó que iba a dominar a su oponente, éste no recurrió a la típica carrerita de me-voa-la-verga-y-que-me-alcance-el-cerote-si-es-que-puede y, por el contrario, el hijo de sesenta mil putas opuso una resistencia bárbara, creyó que estaba en un ring, o sepa putas dónde, y se convirtió en un luchador profesional, aplicándome una especie de abrazo de oso con hemorroides, traaac craaac, levantando mis 55.3 libras de peso (en ese entonces estaba en pleno engorde de Incaparina y Mosh con leche, gracias a los exquisitos cuidados de mi santa progenitora), aaahhh uuuhhh, como si fuera un muñeco entelerido de pino rústico, hincándose e infringiéndome en todo lo que viene siendo el lomo nada más y nada menos que, prroooc aahhggg, UNA QUEBRADORA. Sí, camaradas, sí. ¡Todo sin mediar palabra! ¡Una quebradora! ¡A MÍ! ¡Al futuro Rex Mula Mayor! ¡Me podía haber dejado en silla de ruedas el talega! ¡Coma mierda, Rex!, ¿a usté? Puta, no le creo, fíjese. No joda, me dice el charamila del Tolo. Sí, ya sé que como él ustedes no muy me creen, pero eso fue lo que pasó, muchá. Increíble pero cierto. Todo en menos de lo que canta un gallo. Sí, puta, fuuaaa aaaggg, el cuerpito de quiebrapalitos del Rex rodó y se quedó revolcándose del dolor en el sucio y empolvado cemento de la cancha mientras que los mald… sus compañeritos, el malcabresto del Chano incluido, corearon un OOOHHH, un AAALAAA, un UUUHHH de burla y escarnio que, algunas noches en las que se me va la mano con las dosis de coc… cafeína y no puedo pegar ojo, todavía puedo oír esa chingadera y no puedo evitar que los ojos se me llenen de lág… cheles. Sí, el insomnio me provoca cheles. Ahí ustedes si no me creen, jajaja.
¿Y quién se atrevió a faltarte el respeto así, vos Rex? ¿Sabés dónde vive el caraeverga?, me pregunta el Tolo. Xunux, le digo, un pisado que se llamaba Xunux. Sí, muchá. No estoy hablando de un pomadita para el pié de atleta o para las manchas de la cara, de un virus informático, de un nombre (de esos puramierda) de usuario de Tuiter, no, ése era el apellido del cerote: XUNUX. Shunucs. Así le decíamos y no me pregunten el nombre porque qué putas me voy a andar acordando. Lo que sí me acuerdo, cómo no, era de la planta del maje: murusho, chaparro, con los dientes y la jeta puro Conde Cuácula y las patas abiertas como tenaza, algo cleto, como que se pasara todo el santo día sentadote en un tonel. ¿Y esa mierda te dio verga, Rex? ¿Te lo estás inventando vaa?, me sigue diciendo el Tolo, lamiéndome el culo para que le suelte un par de varas para el quimicazo. Nel, ya quisiera yo inventármelo, Tolo, le contesto y le digo que no se acerque tanto, que qué belleza de estoque el que se anda echando. Sí, muchá, el autor intelectual y material de ese ataque vil y malintencionado hacia mi integridad física fue él, Xunux, sanfelipeño de origen y devoto de esa mierda de lucha libre, judo y karate kempo incluidos. ¡Así cómo para qué no! Yo sé que podía haberle dado verga, que no quede duda, pero, ¿qué hubiera pasado si le hubiera dado verga? Puta, le hubiera hecho mierda su autoestima, pues. ¿Para qué tanto entrenamiento pisado todas las tardes ahí en la Casa del Deportista? ¿Para qué tanta paridera? ¿Para que un istho entelerido con fuertes inclinaciones intelectuales le volara pija con los ojos cerrados? ¡No vaa! Yo nunca he sido así de culero. Y si tenía que hacerla de mártir para que aquél lo llevaran en hombros de regreso al aula de Cuarto A o Cuarto C, como me acuerdo que pasó, pues qué pisados. ¿Qué es esa onda del amor al prójimo? Sí, está en la Biblia, ya sé, pero hay que ponerlo en práctica todos-los-días, jajaja, aprendan, mequetrefes. ¡Sólo aquél varon que ame a su prójimo será salvo!, dicen los mareros rehabilitados. ¿QUÉTALITO? ¡HUECOS SON, JAJAJA!
Pero bueno. Desde ese día entendí que mi misión en la vida no tenía ni mierda que ver con la violencia, muchá, conclusión que confirmé doce años más tarde cuando, a la salida de un chupadero, pateamos a dos majes que andaban buscando clavos con nosotros y yo, sí, este casi hermano de todos ustedes, fui el único (de los 28 que estabamos, ploot plaac aaayyy praaaa, patineando a esos majes) que se dobló el tobillo y anduvo renco tres días. Al pisado del Xunux no lo volví a ver nunca. Y si lo vi, no es que no me quiera recordar, es que no me acuerdo. A lo mejor jaló para los USA, a lo mejor se volvió Pastor de Iglesia NeoFraterPenteGeoCostal, a lo mejor está en el tambo por andar haciéndole quebradoras, 3-60s, manitas de puerco a la mara, a lo mejor es el próximo Procurador de los Derechos Humanos, no sé, muchá, pero no hace falta que lo mire: la planta del pisado la tengo bien presente, de aquella vez, de cuando teníamos nueve o diez años y apenas podíamos limpiarnos el culo. ¡Y no porque me guste martirizarme! No, si no porque cada vez que se puede, cada vez que hay chupe, como les dije antes, me la recuerdan. Es más, hay mara que no estudió conmigo y que ni siquiera había nacido, pero dicen que se acuerdan de la famosa “Quebradora que te hizo Xunux”. Cuando cuentan lo que me pasó, da igual que yo esté o no presente, le agregan detalles sacados del fundío de su nana (al Rex le dio un ataque de chilladera; cuando el Rex estaba en el suelo, le dieron un pelotazo, sin querer queriendo; el Rex le gritó que le iba a echar a Los Pulpos, etc.). Es más, hace unos meses, un pisado que se la lleva de escritor laureado y bien ponderado, heredero de Celso Lara, Ronald Flores y Vicente Vásquez, alias Chente, me escribió para pedirme autorización para usar aquella fatídica anéctoda de humillación pública para uno de sus libros. ¡ANDÁPASANDOVOIJUEPUTA!, le contesté, como le hubiera contestado el mismísimo Velorio, doctor en bocas-inodoro.
Ustedes ríanse, pero lo que soy yo, estoy chillando… pelando cebolla, quiero decir… ¡BAH! ¡MALDITOS!
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